Por Angela Voss
Traducción de Manuel J. de la Calle
Debemos sin duda todos estar de acuerdo en que el movimiento general de la vida intelectual de Occidente desde Descartes ha sido hacia una creciente objetividad e imparcialidad de la observación, hacia el pensamiento compartimentado y hacia la explicación racional. Ya no vivimos en un mundo de misterio. Sin embargo, en el corazón de la práctica y la enseñanza de la astrología se encuentra un proceso que desafía esos esfuerzos del pensamiento y es en sí mismo profundamente misterioso: cómo “ver” simbólicamente. ¿Cómo ayudamos a los clientes a vislumbrar el significado subyacente de sus dilemas vitales concretos?, ¿y cómo enseñamos a los estudiantes a empezar a moverse desde la acumulación de hechos, hacia una conciencia de un tipo diferente de conocimiento, un conocimiento que surge en la interfaz entre sus almas y el mundo?
Este es un reto con el que nos estamos encontrando tanto en los niveles de grado como de postgrado en nuestros cursos de Cosmología y Adivinación en la Universidad de Kent, y quiero presentarles a ustedes un modelo o imagen que, según nuestra experiencia, facilita el cambio desde el pensamiento “literal” que domina a nuestra sociedad con su pragmatismo, hacia una manera más rica, profunda y significativa de aproximarse al estudio del simbolismo astrológico y las prácticas adivinatorias. Primeramente surgió en el contexto de la observación de la Primavera de Botticelli, una pintura que se presta a múltiples niveles de interpretación.[1] Clave en la pintura es la relación entre Venus y Mercurio, cuya conjunción desposa imaginación e intelecto, amor y razón. En las tradiciones Platónica y Hermética que inspiraron el trabajo de Botticelli, la fusión de estos dos modos de percepción siempre ha sido considerada la base para un conocimiento humano que sea filosófico en el verdadero sentido, y que se despierta por el poder evocativo de un símbolo. La Primavera también nos da la clave sobre cómo alcanzar este conocimiento, y éste es un tema al que volveré más adelante.
<Primavera, de Sandro Botticelli>
Al hablar del modelo de los cuatro niveles de interpretación — literal, alegórico, moral y anagógico o místico — estoy ubicando la astrología sobre una base hermenéutica que nos permite articular el misterio de la percepción simbólica, y entrar en él. Este principio hermenéutico, explícito en la teología cristiana temprana, en la teología medieval y en la teología poética de Dante, está implícito en la imagen platónica del Cosmos como sucesión de esferas ascendentes desde la tierra material hasta el Uno inteligible; y es muy tentador tomar el esquema de este modelo literalmente. Pero no estamos hablando aquí de una jerarquía de niveles discretos donde uno salta más y más lejos del mundo hacia algún tipo de verdad abstracta inmutable, lo cual es una crítica común al platonismo, sino de un proceso de profundización de la percepción o de despliegue y apertura de la conciencia, como el ir quitando capas a una cebolla, que gradualmente se va desplazando desde el causa-y-efecto, la objetividad del “allí afuera-aquí adentro” de nuestro modo habitual de pensar, hacia una creciente conciencia de la unidad de sujeto y objeto, hasta que se alcanza un tipo de conocimiento que sólo puede ser descrito como espiritual en tanto que integra totalmente lo interno y lo externo, o la realidad psíquica y la material en un solo acto de percepción. Es un modelo que permite a algo ser revelado como algo que siempre hemos sabido — un conocimiento innato de cómo reflejamos el mundo, de un cosmos interior tan vasto y tan imponente como el exterior. Este tipo de conocimiento forma muy poquita parte, o ninguna, de los programas de nuestras escuelas y universidades.
Así pues, ¿qué significa ver detrás de lo literal? Empecemos por considerar las palabras de San Agustín y Tomás de Aquino, quienes escriben específicamente sobre la interpretación alegórica y simbólica en relación con la lectura de la Escritura.[2] Agustín enfatiza de entrada que la intuición de un significado más profundo en un texto estimula el deseo del estudiante de aprender, y que la penetración de este significado es una actividad placentera ya que lleva hacia el gozo último de la unión con Dios. Ciertamente hemos encontrado que los estudiantes responden a la “apertura” del simbolismo astrológico con algo de asombro, pues en ninguna otra parte de sus estudios encuentran este elemento de revelación. Desde luego, la capacidad del texto, imagen o símbolo de revelar su significado de esta manera es justamente la razón por la que consideramos que es “sagrado” en primer lugar.
Al definir los cuatro niveles, Agustín y Aquino hablan de la literalidad de un texto como una realidad material, el relato tomado al pie de la letra. Aquí encontramos el sentido o significado de las palabras mismas en sus contextos históricos, lingüísticos y literarios; afirmaciones de hecho, de las que Aquino no excluye la metáfora y la analogía. Un ejemplo que da es el aserto de que “Cristo está sentado a la Mano Derecha de Dios”, que es una afirmación “literal” del poder de Dios pero dada como metáfora.[3] Ambos teólogos dejan claro que no hay interpretado ningún sentido espiritual en este nivel, aunque esto no disminuye su importancia, y nos fijamos que Agustín explícitamente advierte de los peligros de no creer en la realidad de una verdad histórica y factual subyacente.[4] Quizás podamos definir lo literal como un discurso “horizontal”, expandiendo el entendimiento medieval hacia el medir y pesar cuantitativos, comparando, argumentando, clarificando, conceptualizando y racionalizando, lo que desde luego tiene su valor. Pero todavía eso se queda en la mostración de una realidad desde una posición que aún no participa de esa realidad, que no está comprometida con ella, sino que permanece aparte; es lo que llamamos “conocer”; es como se nos ha enseñado a pensar, a evaluar. Empezando aquí, sin embargo, con la separación y la clarificación de las cosas — la episteme de los filósofos — se ponen los cimientos para otra significación, para el proceso de descubrir lo que significan las cosas mismas significadas por las palabras. Aquino nos dice:
“aquella significación por la cual las cosas significadas por las palabras tienen ellas mismas también una significación se llama sentido espiritual, que se basa en lo literal, y lo presupone. Ahora bien, este sentido espiritual se divide en tres.”[5]
Esto nos transporta al territorio de la alegoría, el “hablar de otra manera” (del griego allegoria ) o, en el caso de las fábulas de los poetas, la verdad “disfrazada” por la metáfora poética. Para Aquino, la alegoría es la primera etapa del discernimiento del significado “divino” en la Escritura; por ejemplo la “cosa significada” por las palabras puede ser Cristo. El pensamiento académico tradicional no tiene ningún problema con la alegoría como recurso literario, porque todavía no exige que entremos en el proceso de conocer, o seamos cambiados por él. Tal y como explica Henri Corbin:
“La diferencia entre “símbolo” y lo que hoy en día comúnmente se llama “alegoría” es fácil de captar. Una alegoría permanece en el mismo nivel de evidencia y percepción, mientras que un símbolo garantiza la correspondencia entre dos universos pertenecientes a diferentes niveles ontológicos: es el medio, y el único, de penetrar en lo invisible, en el mundo del misterio, en la dimensión esotérica.”[6]
La alegoría es el modo en que usualmente explicamos la astrología, el símbolo “representando” la emoción, la persona, o el acontecimiento. Pero cuando nos desplazamos a los dos estadios de interpretación ulteriores, ya no podemos más mantener nuestra distancia. Allí da comienzo un proceso de “ver a través” de lo literal o lo alegórico que estimula la autoreflexión; Corbin describe este movimiento desde la percepción sensible hacia la percepción simbólica como una “transmutación de los datos inmediatos (los datos sensibles y literales) que hace que resulten transparentes.”[7] Es esa misma transparencia lo que permite que la transición tenga lugar, y paradójicamente, permite que los sentidos literal y espiritual sean entendidos simultáneamente.
El tercer estadio es el llamado Moral o Tropológico, término este último que proviene de la palabra tropos o girar, y realmente constituye un momento crucial para los estudiantes. Exige un volverse hacia uno mismo para poder comprender, y por lo tanto tiene implicaciones y efectos que son morales en tanto que influyen en cómo actuamos. En este punto, entramos en un modo de conocimiento que comúnmente es llamado esotérico. En contextos cristianos, es la interpretación que lleva hacia una mayor imitación de Cristo. En un contexto astrológico, pone en juego la relación del astrólogo con su cliente y su participación en la situación particular dentro de la cual un símbolo “se manifiesta”. Puede surgir en ese momento en el que te das cuenta de que la carta de tu cliente refleja tu propia preocupación actual, cuando pronuncias palabras que no tenías intención de decir y que te impactan con su verdad, o cuando te conmueves por la elocuencia de un suceso sincronístico que te llama a la acción. Es experimentado como una revelación que surge en el momento y que espontáneamente conecta tu vida interior con el acontecimiento o imagen exterior, más allá de tu intención consciente.
Éste no es un conocimiento que se adquiera a través del esfuerzo humano. Marsilio Ficino lo llama un “regalo del alma” que depende de la Gracia.[8] Ahora el astrólogo ya no es más el distante observador de la creación de Dios, sino que es desafiado a reconocer la “secreta connivencia mutua”, tal y como dijo Jung, entre él mismo y el mundo que percibe.[9] No es confortable, porque implica que se vengan abajo nuestros supuestos sobre la naturaleza de la realidad; y es muy duro estarse con ello. No todos los estudiantes son capaces de tener un sentido de este tropos , pero la belleza del modelo como un todo es que permite a cada persona entrar en el mundo de la interpretación simbólica a su propio nivel, incluso si sólo es para dar el primer paso desde el hecho a la metáfora.
A aquellas raras almas que pueden penetrar más allá de la percepción moral, les aguarda la dimensión anagógica o mística. Para Aquino, este nivel, el “sentido más allá”, sólo puede significar la gloria última de la redención, la vida con Cristo en el cielo.[10] Trata sobre la unión, unión del acto de percepción con lo que es percibido, unión de lo literal y lo simbólico, mundo y psique. El mundo ya no imita más a la palabra divina, como en la alegoría, sino que se convierte en la palabra divina. En este estadio todas las divisiones son trascendidas y abarcadas, en tanto los cuatro niveles devienen contenidos en uno. El platónico Jámblico dice que éste es verdaderamente el modo de conocimiento de la adivinación, “suspendido de los Dioses, espontáneo e inseparable de ellos.”[11]
Al considerar el conocimiento de esta manera, deviene claro que no hay ninguna “verdad” incorpórea separada de la visión del lector o estudiante. El grado de compromiso de la persona con el símbolo o texto o imagen ES la “verdad” revelada a esa persona en ese momento, aunque siempre es posible profundizar más. Empezamos a darnos cuenta de que, si tomamos en serio a nuestros autores, el mismo proceso de desarrollo de la percepción simbólica tiene profundas implicaciones espirituales. Aquino dice “debe decirse que la Sagrada Escritura está divinamente dispuesta para lo siguiente: que a través de ella, la verdad necesaria para la salvación pueda sernos dada a conocer”;[12] y Ficino enfatiza que cuando uno penetra en el significado más profundo de un texto, es la palabra de Dios lo que uno oye. Él compara la naturaleza y la cualidad de la “significación” aprehendida a través de las palabras textuales, con la presencia del alma en el cuerpo humano:
“El alma humana por lo tanto será inmortal y será introducida por Dios en nuestro cuerpo, como el significado introducido en el aire por Dios. Si uno presta atención a este significado, lo que uno comprende es el pensamiento de Dios que habla.”[13]
Por eso es por lo que legítimamente podemos ubicar a la astrología dentro de los Estudios Religiosos, e incluso, sugeriría, entenderla como una práctica iniciatoria.
Me gustaría ahora considerar la naturaleza del conocimiento simbólico en relación al Platonismo, pues en los trabajos de Platón y de sus seguidores encontramos mitos y alegorías que hablan claramente a los estudiantes de las diferencias entre pensamiento literal y metafórico. El más directo y poderoso de estos debe de ser la alegoría de la Caverna en la República.[14] Aquí Platón hace la distinción entre el mundo literal de la región de las sombras y el mundo espiritual o inteligible del conocimiento verdadero. La gente de la caverna no tiene libertad de movimiento. Están encadenados, y sólo pueden ver sombras de objetos que son llevados detrás suyo, proyectados sobre la pared del fondo de la caverna por la luz de una hoguera. Cuando son liberados y pueden darse la vuelta, entonces ven representaciones de objetos reales que son transportados por un sendero con paredes. Podemos comparar este estadio con la interpretación alegórica, y es el primer paso hacia ver las cosas “tal como realmente son”. Platónicamente, el fuego es una imagen del Sol, cuya luz promueve el entendimiento; pero es también algo más. Fuego es pasión, deseo, añoranza; es la fuerza conmovedora de la imaginación. En las tradiciones platónica y sufí, no eres llevado a la percepción anagógica a través del esfuerzo intelectual, sino que eres llevado allí porque deseasla unión. El compromiso mediante el amor conduce a una percepción cambiada, como todos sabemos cuando estamos “enamorados”, y es por esto por lo que Cupido o Eros se mantiene en el aire sobre Venus en la Primaveray va a herir a la Gracia Castidad con un amor ardiente por Mercurio, que ha penetrado con su caduceo cada nivel de realidad. Eros — el hijo de Mercurio y Venus [15] — lo saca a uno del mundo literal mediante el amor y señala hacia el tipo de conocimiento que Platón llama inteligible, que para Sócrates incluye la contemplación de las estrellas y el Sol como la causa de todas las cosas. Esto es, la contemplación de los cielos “reales”, que se yerguen bajo las estrellas sobrecogidos por la majestad de las mismas. Las estrellas son símbolos supremos precisamente porque sus poderes dadores de vida se manifiestan tan evidentemente en todos los niveles.
El pensamiento positivista moderno cree que las sombras de la caverna de Platón son el mundo “real”, y reduce sus Ideas a meras abstracciones. El mundo más allá de lo literal inevitablemente deviene impreciso, vago, oscuro, superchería supersticiosa, en tanto no puede revelar su significado en la luz cruda del experimento científico o del análisis racional. Si hemos de enseñar astrología en las universidades, tendremos que reclamar nuestro terreno, el terreno medio en el que nos deleitamos en el misterio con el “divino entusiasmo” de los magi neoplatónicos. En el nivel de percepción anagógico o intelectual puede no haber distinción entre nuestro pensamiento y el pensamiento del Cosmos; pero en el simbólico estamos entrando en la vida intermedia, ya sea mediante el uso de una imagen o un acto de adivinación. El lenguaje de la astrología, la poesía, el arte y la música ES el lenguaje de este reino de en medio, equilibrado entre el intelecto puro y la percepción sensorial, pero abarcándolos a ambos; involucrando y atrayendo a la realidad anagógica y exponiéndola a los sentidos mediante la belleza de sus muchas formas. La “metáfora poética” de la astrología, como diría Ficino, no debe ser confundida con “razón o conocimiento”.[16] Cuando enseñamos astrología estamos sin duda activando lo que Henry Corbin llama la “imaginación cognitiva”, un órgano de percepción verdadera que refleja las Imágenes del mundo arquetipal.[17] Entender esto ayuda a los estudiantes a empezar a liberarse de la tendencia de nuestra sociedad a arrastrar a la astrología, gritando, a un mundo literal al que no pertenece, un mundo en el que la visión es opaca, donde lo imaginal es reducido a lo mero imaginario.
Quizás lo más importante es que el modelo de cuatro niveles da a los estudiantes un marco en el que tratar los enormes temas de la Fatalidad y el Destino, los cuales deben plantearse en cualquier estudio de astrología, cosmología o magia. Ya he enfatizado la premisa esencial del Platonismo — y de la alquimia — de que el alma humana tiene la capacidad innata de desarrollar un modo de conocimiento que progrese desde una clara separación entre el conocedor y la cosa conocida hasta una experiencia del mundo y de uno mismo como una unidad, y que esto es una búsqueda espiritual. Se entendía que cuando las profundidades de la percepción anagógica se habían alcanzado, el alma conseguía la inmortalidad de los dioses. Desde esta perspectiva, una actitud hacia, o una práctica de la adivinación que permanezca en el nivel “literal” de causa y efecto dará origen inevitablemente a las limitaciones de las declaraciones fatalistas, y al cumplimiento de estos dictámenes por el mundo de “ahí fuera”. Los astrólogos que emiten juicios puramente desde la inferencia racional y el libro de reglas son los “ogros insignificantes” que Ficino despreciaba, porque solamente tratan con las sombras en la caverna, y por lo tanto mantienen a los prisioneros encadenados.[18] Es posible vivir en este mundo, y funcionar con sus leyes, pero eso no te liberará.
El modelo ptolemaico de astrología es literal y alegórico, pero no va más allá, en tanto intenta asumir el manto de la ciencia natural aristotélica. El modelo platónico sí puede ir más allá precisamente porque acepta el misterio de la imagen simbólica, y la posibilidad de que algo pueda ser revelado a los seres humanos desde otro orden de realidad. En el nivel de comprensión moral, la predicción astrológica se acerca a la profecía, y la fatalidad deviene destino, en tanto el astrólogo se conmueve por el símbolo y el cliente reconoce su propio deseo y libertad de elección. Finalmente, anagógicamente, el tiempo lineal deja de prevalecer y el alma profética percibe pasado, presente y futuro como uno. El Pseudo-Ptolomeo, Ficino y William Lilly nos cuentan que el verdadero juicio astrológico procede de una fusión de la “oportunidad divina” del alma “volviéndose” hacia su propia sabiduría con estudio diligente y práctica, y el mismo Lilly señala que “cuanto más santo seas ... más puro será el juicio que darás”.[19] Nuestro mundo literal no reconoce la “oportunidad divina” porque depende de la aprehensión del significado de un signo, la “mera coincidencia”, el sueño, el momento en el que nuestro deseo es revelado. Pero la misma palabra deseo — desidere (de la estrella) — nos devuelve a las estrellas, y si podemos empezar a suscitar este deseo en los corazones de nuestros estudiantes, entonces podemos de verdad empezar a estudiar astrología con ellos.[20] Plotino habla de la divinidad presente en el mundo material, concreto y literal, como un “señuelo” o “cebo” para cautivar y atraer a la gente hacia una percepción espiritual.. “El mundo está lleno de signos”, dice, y “el hombre sabio es aquel que en cualquier cosa lee otra”.[21] Yo sugeriría que por sí misma la astrología puede actuar como tal cebo para los estudiantes que están hambrientos de un significado más profundo en sus estudios, precisamente porque los planetas existen literalmente y pueden ser percibidos mediante el sentido de la vista. Desde ahí pueden comenzar, y los cuatro niveles hermenéuticos les permiten moverse en un proceso de interiorización de manera que puedan entrar en, antes que simplemente aprender sobre, el significado de un símbolo. Esto sin duda tiene profundas implicaciones, ya que puede empezar a revolucionar los supuestos de un método académico que separa el conocimiento del conocedor, el pensamiento del ser, la concepción de la realidad de su experiencia.
NOTAS Y REFERENCIAS :
1] Sobre los cuatro niveles de interpretación en relación a la Primavera , ver Joanne Snow-Smith, The “Primavera” of Sandro Botticelli: a Neoplatonic interpretation (Peter Lang, 1993)
2] Ver Aquino, Summa theologiae , I.9-10; Agustín, Sobre la Doctrina Cristiana 2.6.7-8. Sobre Agustín y la alegoría se habla en D.W. Robertson, A Preface to Chaucer: Studies in medieval perspective (Princeton, 1963), cap. 2. Ver además John F. Boyle, “St. Thomas Aquinas and Sacred Scripture” en www.nd.edu/~afreddos/papers/Taqandss.htm.
3] Aquino, Super epistolam ad Galatos lectura , cap. 4 , 7, en Super epistolas s.Pauli lectura , ed. R. Cai (Turín, 1953), vol.1, p. 620. Referencia de J. Boyle, op. cit.
4] Ver Agustín, La Ciudad de Dios , XIII, cap. 22: “La interpretación espiritual del paraíso del Edén no está en conflicto con su realidad histórica”.
5] Aquino, ST I.10.
6] Henri Corbin, “Mysticism and Humour”, en Spring (1973), p. 27, citado en S. Wasserstrom, Religion After Religion: Gershom Scholem, Mircea Eliade, and Henry Corbin at Eranos (Princeton 1999), p. 93.
7] Henry Corbin, History of Islamic Philosophy , trad. L. Sherrard (London, 1993), p. 13, citado en S. Wasserstrom, op. cit., p.95.
8] Marsilio Ficino, “Comentary on Plotinus” en Opera omnia , (Basle, 1576, repr. Phénix Editions 2000), p.1626.
9] C.G. Jung, Synchronicity: An Acausal Connecting Principle (London 1972), p. 85.
10] Aquino, In Galatos , cap. 4,7, p. 621.
11] Jámblico, On the mysteries , I. III, traducción T. Taylor (Frome, Somerset 1999), p.23.
12] Aquino, Quaestiones quodlibetales , 7.6.1. ed. R. Spiazzi, (Turín, 1956), p. 146.
13] Marsilio Ficino, Theologia Platonica , 10.7, en P. Moffit Watts, “Pseudo-Dionysius the Areopagite and Three Renaissance Platonists, Cusanus, Ficino & Pico on Mind and Cosmos” en Supplementum Festivum, Studies in Honour of P.O. Kristeller ed. J. Hankins , (Binghamton 1987), p. 297.
14] Platón, República VII.
15] Ver Robert Graves The Greek Myths, vol.1 (Harmondsworth 1997), p.58, como consulta sobre esta versión del mito.
16] Ver M. Ficino, “Disputatio contra iudicium astrologorum” en Supplementum Ficinianum , ed. P.O. Kristeller (Florence, 1949), vol. 2, p. 43.
17] Henry Corbin, Celestial Body and Spiritual Earth , trad. N. Pearson, (Princeton N.J. 1977), p.11.
18] M. Ficino, “A Disputation against the pronouncements of the astrologers” en The Letters of Marsilio Ficinovol.3, (Londres 1981), p. 77.
19] William Lilly, “To the Student in Astrology” en Christian Astrology (1647, repr. Regulus 1985).
20] Sobre la etimología de desidere , ver Darby Costello, “Desire and the Stars” en Astrological Journal , vol. 45, nº 4, Julio/Agosto 2003, pp. 5-12.
21] Plotino, Eneads II.3.7, trad. S. MacKenna (Londres 1962)
© Angela Voss, Canterbury, Julio 2003