A los que en las ciudades nos gusta observar, de una manera o de otra, el cielo nocturno, se nos presenta un importante problema. Un halo luminoso recubre por las noches la urbe, e impide la visualización de un gran número de estrellas y otros cuerpos celestes. Es la llamada contaminación lumínica.

Veamos dos definiciones. Según la Oficina Técnica para la Protección del Cielo (OTPC) del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC): “La contaminación lumínica es el brillo o resplandor de luz en el cielo nocturno producido por la reflexión y difusión de luz artificial en los gases y en las partículas del aire por el uso de luminarias inadecuadas y/o excesos de iluminación. El mal apantallamiento de la iluminación de exteriores envía la luz de forma directa hacia el cielo en vez de ser utilizada para iluminar el suelo.”

Según el Departamento de Astronomía y Meteorología de la Universidad de Barcelona: “Se entiende por contaminación lumínica la emisión de flujo luminoso de fuentes artificiales nocturnas en intensidades, direcciones y/o rangos espectrales donde no es necesario para la realización de las actividades previstas en la zona alumbrada.”

La luz emitida hacia el cielo interactúa con las partículas del aire, desviándose en todas direcciones. Si existen partículas contaminantes en la atmósfera (humos, partículas sólidas) o, simplemente, humedad ambiental, el proceso se hace más intenso.

La emisión indiscriminada de luz hacia el cielo nocturno y su dispersión, ocasiona, pues, la desaparición de los astros. Por ejemplo, para poder ver la Vía Láctea, nuestra galaxia, hay que alejarse mucho de los núcleos habitados. Sólo así encontramos cielos lo suficientemente oscuros como para poder observarla. Y respecto a las estrellas, a medida que aumenta la contaminación lumínica, van desapareciendo hasta verse sólo las más brillantes, algunos planetas y la Luna.

Tener vedado el contacto visual con todas esas estrellas, nebulosas, cúmulos, etc., nos aísla del resto del universo. Es perder conexión con una gran parte del mundo real, estar ciegos para una gran parte de la realidad.

Muchísimos seres humanos ya no pueden sobrecogerse ni maravillarse ante el espectáculo de una bóveda celeste en toda su magnificencia, sencillamente porque no la pueden ver. A no ser que se vayan muy lejos de donde usualmente viven. ¿Qué significa esa pérdida para el alma humana? Ese asesinato del paisaje celeste nocturno, ¿qué significa para el alma del mundo?

El cielo estrellado ha sido siempre fuente de inspiración para los seres humanos. Los astros han sido nuestros compañeros celestes, de una forma o de otra. Su existencia ha estado siempre entretejida con la nuestra, a nivel mítico y poético.

Sin embargo, hoy en día asistimos a un proceso de pérdida de sensibilidad hacia el alma de las cosas que está convirtiendo el mundo en general, y también el de los astros, en algo muerto e inanimado. Y quizás por eso no es una prioridad poder ver la bóveda celeste. Total, si todos esos astros que hay allí afuera no son más que materia inerte, entes materiales con una composición química determinada, que siguen unas sendas en el espacio descritas por las leyes de la física, cual máquina en funcionamiento, y a los que además la mayoría de la gente no les puede sacar ninguna utilidad práctica …

Nuestra cultura define a las cosas por su función. La belleza, por ejemplo, está en el último lugar en la lista de prioridades. No podemos vivir sin comida o sin tecnología, pero podemos vivir sin belleza. La belleza se ha convertido en algo accesorio y prescindible. No se entiende la importancia de dar al alma lo que necesita, y el alma se nutre de belleza. Lo que el alimento es para el cuerpo, lo son para el alma las imágenes fascinantes, complejas y placenteras.

A la persona que piense en la psique como un puro producto de la química neuronal, en el cuerpo como una máquina biológica, y en general en los objetos materiales como algo que exclusivamente tiene que ver con átomos y otras partículas subatómicas, la idea de que hay alma en los astros puede parecerle extraña. A lo sumo, dirá que si algún objeto externo se nos aparece como animado es porque hemos realizado una proyección sobre ese objeto “inanimado”. Que hemos proyectado en él la vida y la personalidad.

Una visión muy diferente es dejar que las cosas mismas tengan vitalidad y personalidad, conceder que el mundo tiene alma. Entonces, como dice Thomas Moore (1992), “como las cosas del mundo se me presentan vívidamente, las observo y las escucho. Las respeto porque no soy yo quien las crea ni las controla. Tienen tanta personalidad e independencia como yo”.

Ya para finalizar, decir para los que no lo saben, que hay otros efectos de la contaminación lumínica de los que no he hablado en este artículo porque he querido centrarme en lo relacionado con el alma, y porque en otros artículos ya hablan de ellos. Son por ejemplo el sobreconsumo innecesario de electricidad (luz que va hacia el cielo y se pierde); la agresión a aves, murciélagos, peces, insectos y otros animales, que ven alteradas sus costumbres y hábitos nocturnos; la intromisión de luz indeseada del exterior en el interior de nuestras casas … etc.

Y una última reflexión sobre uno de los colectivos que abanderan la lucha contra la contaminación lumínica: el de los astrónomos. Se quejan de que ven muy dificultada la observación del cielo con sus telescopios debido a este tipo de contaminación, pero no se dan cuenta de que ellos llevan haciendo ciencia mucho tiempo como si el alma no fuera un factor. Y en ese sentido, fomentan lo que quieren evitar.

 

Manuel de la Calle

Octubre 2011

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